lunes, diciembre 15, 2008

De Lugano y el barrio

Los vecinos de al lado son ejemplares de esa especie en extinción formada por la gente que pasa 3/4 partes de su tiempo en la puerta de la casa, lo que resulta tan simpático como intrigante. Lo que no es tan simpático es que a los vecinos de al lado les encanta el asado del sábado a la madrugada (porque seamos honestos, la madrugada del sábado termina como mínimo a las tres de la tarde) acompañado por dosis a elevado volumen de cuarteto, Luis Miguel, o quizás Cristian Castro. Eso fue siempre un enigma, porque los vecinos de al lado son en su mayoría varones. 'Desde que se murió el padre, esa casa es un kilombo', disparó una vez madre. Además de la mamá y los 4 hermanos, vive, o al menos habita de vez en vez, la hermana, con sus dos hijos, casi adolescentes. No sabemos bien qué es lo que hace ningún integrante de la familia de los vecinos de al lado, y realmente no me preocupa. A la que le preocupa es a madre, que cuando pasan algunas horas de su música un sábado, se desahoga con un 'estos pibes se ve que no labura ninguno eh'. Yo de chico era amigo de uno de los vecinos de al lado, el menor, pero vaya a saber porqué (aunque seguramente por nuestras grandes diferencias) en algún momento dejamos de serlo, para estancarnos en el típico saludo barrial -Hola, cómo va?-, -bien, ¿vos? ¿todo tranqui?-, -Sí, bien-.
Creo que, de las tres o cuatro casas que rodean a la mía, somos la familia más anti-barrial. Y que no se me tome a mal, hay mucho de bueno en un barrio. La realidad es que cuando pienso en palermo o lugares así, que dejaron de serlo hace rato, me inunda una cierta alegría al vivir en un lugar, dentro de la capital, donde uno nunca tiene problemas para estacionar, y donde la edificación más alta es un triplex frente a la plaza. Pero aunque esté todo bien con el barrio, hay que aceptar que es un punto de partida, no un objetivo. Digo, hay tanto por ver, que no puede ser más que eso. La idealización del barrio por sobre todas las cosas me resulta incomprensible. Aún cuando viene de un tipo al que admiro tanto como Alejandro Dolina. Sus 'Crónicas del Ángel Gris' me suenan a la meloncolía de quien extraña el barrio de Flores por no haber conocido nunca la campiña inglesa.